viernes, 8 de mayo de 2009

El ajuar viaja hacia el sur

Por fin he sacado mi ajuar de la última estantería de la cocina, donde había descansado en sus cajas desde el pasado mes de octubre. Me parece que hoy en día lo del ajuar es algo bastante caido en el olvido, pues todos esos cuencos, recipientes, tazas, platos, jarrones, fruteros etc., que he liberado de su envoltorio proceden de mi pasado. En Alemania la gente solía tener la costumbre de regalar a las niñas de 14 años dicho ajuar (el cual incluía también a menudo toallas y ropa de cama) para la confirmación. En realidad no debería quejarme, ya que en mi caso hablamos de diseños chulos y objetos que ahora me son útiles. Aún así recuerdo la amarga decepción que se apoderó de mi hace 19 años cuando abrí con manos impacientes un regalo tras otro hasta que la colección entera de mi ajuar personal se desplegó ante mí para sonreírme con sus impecables superficies como si fueran brillantes dientes pulidos... ¡Vaya emoción!
Menos mal que a nadie se le ocurrió regalarme sábanas. Bueno, pensándolo bien, seguramente habría intentado vender las famosas rígidas telas blancas en algún mercadillo, así que...
Aunque en los tiempos pasados el ajuar no fue considerado como cebo para pescar un marido para las muchachas (este papel jugaron más bien los terrenos y la dote) sospecho que JuanLu está detrás de mis bonitos platos de calidad de estilo orquídea “made in Germany”, jeje.
Por lo menos ésa es mi interpretación de su expresión satisfecha al ver el coche cargado hasta las manillas con mis pertenencias, cuando aquél otoño iniciamos el largo viaje de vuelta a Andalucía. O tal vez le brillaron los ojos porque se alegraba por mí, a fin de cuentas no sólo llevamos en el coche mi ajuar sino también un montón de cosas que había echado de menos y que no podía transportar en un avión, como por ejemplo la silla que hice en clase de arte.

O ¿acaso veía confirmado lo que le llevaba diciendo desde hacía más de cinco años, es decir, que me gustaba Alemania para viajar pero que no me apetecía volver a vivir allí? Sea como sea, lo de no comprar un billete de avión y hacer el camino en coche no estuvo nada mal. Es más, fue realmente bonito. No puedo negar lo genial que es sentarse en uno de esos pájaros en Málaga, desaparecer entre las nubes españolas, francesas, suizas y alemanas para aterrizar en Stuttgart o Múnich, dándose cuenta que ni siquiera han pasado tres horas, sin embargo, de alguna manera no es ni normal ni real.
Málaga desde el aire



y Stuttgart

No es muy normal (con excepción de algunas zonas fronterizas) haber saltado de un país de lengua románica a otro de lengua germánica en tan poco tiempo, igual de irreal es haber acariciado a nuestros gatos pocas horas antes, que nada más haber bajado del avión se encuentran a una distancia que supera los 2.000 km.
Un antiguo proverbio indio dice que el alma necesita 3 días para llegar al punto de destino, y nos tomamos 3 días para vivir el camino entre mi pasado alemán y mi presente español.
Barcelona
Nîmes Besançon Alemania Baden-Baden Ulm

Era realmente especial observar el cambio de vegetación, cómo las palmeras se quitaban para permitir el paso a los árboles de hoja caduca; hojas pintadas por un pincel invisible, sumergiéndose en la caja de colores puesta a su disposición por la naturaleza mezclando los tonos de color caprichosamente para sorprender al ojo. Y nada más haber entrado en territorio alemán, los vasos de cerveza de 0,3l cedieron el paso a los vasos “normales”, o sea, los de 0,5l o los de litro.
Paramos en muchos sitios entre los cuales os recomiendo la visita de la ciudad francesa Avignon y la del monasterio de piedra cerca de Zaragoza con sus cascadas y cuevas, un paseo precioso para estirar las piernas y oxigenar los pulmones.

Avignon

Cascadas del monasterio de piedra (Zaragoza)

Ahora hemos podido vivir el camino de verdad. En el futuro no me dejaré engañar más por la ruta del pájaro y seré más paciente con mi alma si aterriza un poco confusa y desorientada, reprimiendo el impulso de hablar en español. Le daré siempre 3 días para que se acostumbre, es decir, para que llegue.
En realidad debería darle las gracias al ajuar, ya que sin él tal vez no habríamos cogido el coche...

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